domingo, 19 de enero de 2014


LA RENOVACIÓN DE LA    
  IGLESIA PASA POR EL
TESTIMONIO DE LA FE
POR REV: IVAN RODRIGO  CARDONA

 

He aquí lo que es la fe: rendirse a Dios, pero transformando la propia vida. Responder con generosidad al Señor. Pero ¿quién dice este sí? Quien es humilde y se fía completamente de Dios (JUAN PABLO I, Aloc. 13-IX-1978).

"Creer" es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes. "Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre" (San Cipriano de Cartago, De Ecclesiae catholicae unitate, 6: PL 4,503A). La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor.

“urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida. Pero, una palabra no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica. La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo”. (Juan Pablo II. Enc. El esplendor de la verdad, 88). Se nos hace referencia a tres aspectos importantes que debemos asumir:

CONOCIMIENTO DE CRISTO VIVIDO PERSONALMENTE: Gál 2,20, se nos muestra en la vida de San Pablo  que ha asumido  la experiencia profunda de Cristo, que es Cristo  quien vive en él. Así debe vivir en cada familia, en el seno de una familia renovada debe estar el sello de Jesucristo salvador de las familias y restaurador de las mismas.

UNA MEMORIA VIVA DE SUS MANDAMIENTOS: Dt  6, 4… “el verdadero amor a Dios  y a los hermanos son la vía concreta para agradar a Dios”… sólo Dios basta y sólo él puede sanar la herida mortal de necesidad, de vaciedad, de soledad,  es el hambre de amor, de paz, de respeto, hambre  y sed de Dios. “Dios tiene sed  de que nosotros tengamos sed de él”. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”

UNA VERDAD QUE SE DEBE HACER  VIDA: Jn, 14, 5… la verdad  que confronta toda falsedad y falta de lealtad a la perfecta y única verdad, quien vive en la luz, no deja que las tinieblas penetren en su corazón. La iglesia tiene un reto grande en sus manos: “El vivir en la verdad del Señor y desafiar la estructura de mentira de un mundo sin Dios”. Una verdad que se manifiesta en los signos y prodigios que hizo Jesucristo y que en su nombre sigue realizando la Iglesia Católica.

La Iglesia, como “comunidad de amor”, está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios que, es comunión, y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y recorren la hermosa aventura de la fe. “Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea” (Jn 17, 21). La Iglesia crece no por proselitismo sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor”. La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34). (DOCUMENTO APARECIDA # 159). La atracción de la fuerza curativa del amor de Jesús es actual y se sigue manifestado el poder del amor de Dios y su alcance para todos los hombres, incrédulos, enfermos y abatidos.

 

 La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.” (LA PUERTA DE LA FE #166)

El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.

Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso. “Las buenas obras mueven la fe del corazón, y dan confianza al alma para dirigirse a Dios” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 345).