EL VINO A SALVARTE.
POR MONS: ROMULO EMILIANI
ESTÁBAMOS
HUNDIDOS POR EL PESO DE NUESTRAS CULPAS y nuestro destino era la muerte
eterna. El pecado trajo como
consecuencia la muerte y ningún esfuerzo ni mérito humano podría impedir
nuestra condenación. Por revelación
sabemos que Jesús vino a rescatarnos de la muerte eterna. “Yo soy el buen
pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas”, (Juan
10,11). Jesús…”que se entregó a sí mismo
por nuestros pecados, para librarnos de este mundo perverso, según la voluntad
de nuestro Dios y Padre”, (Gál 1,4), lo hizo para salvar al mundo entero y dedicó
toda su vida a redimirnos. Su pasión y muerte en la cruz es la prueba
contundente de que todo lo hizo por nosotros, hasta derramar la última gota
de sangre en la cruz. De hecho “ Él se entregó por nosotros a fin
de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuera suyo,
fervoroso en buenas obras”, (Tito 2, 14)). “El misterio de nuestra salvación, este
misterio que el fundador del mundo ha creído digno de ser pagado con su sangre,
se ha realizado desde el día de nacimiento de Jesús hasta el fin de su pasión”,
(S. León Magno).
JESÚS VINO A
SALVARNOS, A DARNOS LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS; Libertad del pecado, que llegó a tenernos
como esclavos adorando ídolos falsos y cayendo en rebeldía. Por eso nos dio el
Espíritu Santo, “pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los
lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios. Por
este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: ¡Abbá Padre!”, (Rom 8,15). Nos
dio Jesús la libertad ante las opresivas garras de la muerte eterna, que es
consecuencia del pecado y nos ha devuelto la vida sobrenatural y nos ha
destinado a la gloria eterna. Jesús nos
dio la libertad ante el dominio del demonio y de la carne y por eso hemos
recuperado la conciencia de nuestra dignidad y grandeza, ya que somos hijos de
Dios. “Con esta revelación del Padre y
con la efusión del Espíritu Santo, que marcan un sello imborrable en el
misterio de la Redención, se explica el sentido de la cruz y de la muerte de
Cristo”, (Beato Juan Pablo II). A Jesús le costó su vida el salvarnos
PAGÓ EL
PRECIO DEL RESCATE: La sangre derramada por Cristo redescubre en nosotros la
imagen divina impresa en nuestra alma, pero que fue diluyéndose en el mar de
nuestras maldades, y nos purifica haciendo huir al padre de la mentira, Satanás
y nos abre el camino hacia el cielo. La
muerte redentora de Cristo es el sacrificio agradable al Padre y su sangre
derramada en la cruz lava los pecados de todo el mundo y esta inmolación
redime: “Nada hizo Él, ni padeció, que no fuera por nuestra salvación, para que
todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo”, (San León
Magno).
DIOS PADRE ES
MISERICORDIOSO, “porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”,( Juan 3,16).
Descubrimos en la revelación el corazón amoroso del Padre reflejado
magistralmente en la parábola del Hijo Pródigo (Lc 15,11-32) donde Dios perdona
totalmente al terrible pecador toda su maldad, por haberse arrepentido. “¿Qué más podremos decir? Que si Dios está a
nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros. Si Dios no negó ni a su propio Hijo, sino que
lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su
Hijo, todas las cosas? ,( Rom 8,31-32). El amor de Dios Padre hacia nosotros es
total, incondicional: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de
quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito. A los
que de antemano Dios había conocido, los destinó desde un principio a ser como
su Hijo, para que su Hijo fuera el primero entre muchos hermanos”, (Rom8,
28-29). “Pero Dios, rico en misericordia,
por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros
delitos, nos vivificó juntamente con Cristo, por gracia han sido salvados, y
con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús”, (Ef, 2, 4
– 6). Dios, nuestro Padre nos tiene amor
y paciencia infinita.
Tenemos
entonces la certeza de que estamos siendo rescatados del mundo de las tinieblas
y que la redención de Cristo es eterna y nada ni nadie nos la podrá arrebatar
de nuestras vidas, porque con Él somos invencibles.