jueves, 6 de marzo de 2014

                     



  EL VINO A SALVARTE.

POR MONS: ROMULO EMILIANI


ESTÁBAMOS HUNDIDOS POR EL PESO DE NUESTRAS CULPAS y nuestro destino era la muerte eterna.  El pecado trajo como consecuencia la muerte y ningún esfuerzo ni mérito humano podría impedir nuestra condenación.   Por revelación sabemos que Jesús vino a rescatarnos de la muerte eterna. “Yo soy el buen pastor.  El  buen pastor da su vida por las ovejas”, (Juan 10,11).  Jesús…”que se entregó a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo perverso, según la voluntad de nuestro Dios y Padre”, (Gál 1,4), lo hizo para salvar al mundo entero y dedicó toda su vida a redimirnos. Su pasión y muerte en la cruz es la prueba contundente de que todo lo hizo por nosotros, hasta derramar la última gota de  sangre en la cruz.   De hecho “ Él se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuera suyo, fervoroso en buenas obras”, (Tito 2, 14)).  “El misterio de nuestra salvación, este misterio que el fundador del mundo ha creído digno de ser pagado con su sangre, se ha realizado desde el día de nacimiento de Jesús hasta el fin de su pasión”, (S. León Magno). 
JESÚS VINO A SALVARNOS, A DARNOS LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS;   Libertad del pecado, que llegó a tenernos como esclavos adorando ídolos falsos y cayendo en rebeldía. Por eso nos dio el Espíritu Santo, “pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: ¡Abbá Padre!”, (Rom 8,15). Nos dio Jesús la libertad ante las opresivas garras de la muerte eterna, que es consecuencia del pecado y nos ha devuelto la vida sobrenatural y nos ha destinado a la gloria eterna.  Jesús nos dio la libertad ante el dominio del demonio y de la carne y por eso hemos recuperado la conciencia de nuestra dignidad y grandeza, ya que somos hijos de Dios.  “Con esta revelación del Padre y con la efusión del Espíritu Santo, que marcan un sello imborrable en el misterio de la Redención, se explica el sentido de la cruz y de la muerte de Cristo”, (Beato Juan Pablo II). A Jesús le costó su vida el salvarnos
PAGÓ EL PRECIO DEL RESCATE: La sangre derramada por Cristo redescubre en nosotros la imagen divina impresa en nuestra alma, pero que fue diluyéndose en el mar de nuestras maldades, y nos purifica haciendo huir al padre de la mentira, Satanás  y nos abre el camino hacia el cielo. La muerte redentora de Cristo es el sacrificio agradable al Padre y su sangre derramada en la cruz lava los pecados de todo el mundo y esta inmolación redime: “Nada hizo Él, ni padeció, que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo que de bueno hay en la cabeza lo posea también el cuerpo”, (San León Magno).
DIOS PADRE ES MISERICORDIOSO, “porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”,( Juan 3,16). Descubrimos en la revelación el corazón amoroso del Padre reflejado magistralmente en la parábola del Hijo Pródigo (Lc 15,11-32) donde Dios perdona totalmente al terrible pecador toda su maldad, por haberse arrepentido.  “¿Qué más podremos decir? Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros.  Si Dios no negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros,  ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas? ,( Rom 8,31-32). El amor de Dios Padre hacia nosotros es total, incondicional: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito. A los que de antemano Dios había conocido, los destinó desde un principio a ser como su Hijo, para que su Hijo fuera el primero entre muchos hermanos”, (Rom8, 28-29).  “Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo, por gracia han sido salvados, y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús”, (Ef, 2, 4 – 6).  Dios, nuestro Padre nos tiene amor y paciencia infinita. 
Tenemos entonces la certeza de que estamos siendo rescatados del mundo de las tinieblas y que la redención de Cristo es eterna y nada ni nadie nos la podrá arrebatar de nuestras vidas, porque con Él somos invencibles.