martes, 29 de abril de 2014

         

 TENGO SED DE TI

POR MONS : MARTIN AVALOS

                      

Evangelio según San Juan 4,5-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”.
“Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo,donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”.
“Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”.
Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”.
La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.
Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.
La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”.
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
“Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”.
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.
Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: ‘no siembra y otro cosecha’ Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”.
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”.
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Reflexión
El evangelio de este día, nos deja un mensaje muy importante, el de la mujer samaritana. Cada día, buscamos la manera de cómo llenar nuestros vacíos, lo cual se nos hace difícil, porque nadie nos llenara completamente como lo hace nuestro Señor Jesús con su amor. Por ello, debemos confiar en Él, pedirle que venga a nuestro corazón y nos apague la sed que a diario nos aqueja, esa sed de justicia, de paz, de amor, que ningún placer de este mundo podrá colmar. Pero también, abrir las puertas de nuestro corazón y dejarnos llevar por Él y no por lo que nuestros temores nos dicten, a través de excusas que buscamos para no dar más de parte de nosotros.
Al mismo tiempo, pedirle que nos ayude a adorarle con el corazón, en espíritu y en verdad, porque solo así recibiremos paz y bendiciones. Por tanto, un corazón lleno de la gracia de Dios, no podrá callar, nuestros labios se abrirán para ir y evangelizar, llevar ese mensaje que es vida. No decaigamos y sigamos constantes en la fe, Cristo nos necesita, tomemos nuestra cruz y sigámosle

 

AL OIRLO LO VIERON

        MIS OJOS


POR MONS : ROMULO

                        EMILIANI
 
A María Magdalena Jesús le expulsó siete demonios, que significa dominio perfecto de Satanás sobre su vida. La tradición popular habla del ejercicio de la prostitución, fina y exclusiva de esta mujer con gente de mucho poder en los diferentes niveles de la vida judía, y probablemente de la romana. Por lo tanto admirada, deseada, repudiada, temida, famosa y despreciada; llena de alhajas y ropa fina, manejaba información que probablemente vendía o usaba para el chantaje, fabricaba intrigas.  Se acostumbró al piropo, las palabras vulgares, vocablos indecentes y adulaciones continuas.  No encontraba palabras sinceras ni expresionesde respeto en los que la rodeaban.
Pero una vez tuvo curiosidad y entre una muchedumbre que escuchaba a Jesús se detuvo a oír qué decía este “maestro de pobres”.  Hubo algo que la sedujo: la voz cálida, sonora, suave y grave, melodiosa y profunda que salía del corazón de un hombre que no buscaba aplausos ni dinero, sino que se le escuchara. Se fijó más detenidamente en ese hombre y lo observó: unas sandalias viejas, un manto y una túnica,  sin  posesiones de bienes ni poder alguno, alto, con una faz que denotaba serenidad y majestuosidad, sencillez y luminosidad. ¿Quién eres tú Jesús?, la pregunta de siempre, de siglos y culturas, se hizo ella. Escuchó la parábola del Hijo Pródigo y le taladró el alma: ¿perdonar al qué derrochó una fortuna sin que pague nada? ¿Devolverle sus derechos y hacerlo de nuevo su heredero? ¿Y él se está refiriendo a Dios en la figura de ese anciano padre? ¿Y acaso soy yo “el hijo pródigo”, pensó María Magdalena?  ¿Habrá algunaoportunidad para mí? ¿Perdonarme todo para siempre y empezar de nuevo?
María Magdalena quedó cautivada y volvió a escucharlo y en una ocasión sintió la mirada misericordiosa, tierna, paternal, pura y limpia del maestro y cayó a sus pies. Jesús la llamó por su nombre y a partir de allí huyeron sus siete demonios.  Toda su impureza y lujuria, afán de riqueza y vanidad, soberbia y egoísmo, espíritu blasfemo y burlón de lo sagrado, todo se fue y para siempre.  Y María quedó serena y sin miedos, sin tristeza y resentimientos, ligera como una hoja que mueve el viento, libre de cadenas y vendió todo y lo dio a los pobres y siguió a Jesús hasta la muerte. María volvió a ser ella misma, con corazón de niña, como la que  corría por los prados persiguiendo una pequeña oveja, o buscando mariposas y cantando en torno a la abuelalos salmos inspirados y las viejas melodías judías, riendo con sus amiguitas, jugando en la plaza del pueblo. Recobró la inocencia perdida, se revistió de virginidad espiritualmente, sí, su alma se hizo pura y la que fue tan mala, se hizo, por pura gracia de Dios, buena y santa. Nació de nuevo, del agua y del espíritu. Ya nunca más fue la misma, no  volvió la mirada atrás.  
Pero le mataron el maestro; los asesinos se confabularon y los poderes religiosos, económicos y políticos decidieron acabar con la verdad. ¡Qué ingenuos e ignorantes!  Matar a la Verdad, si es infinita, si es Dios quien contiene en sí mismo atributos absolutos como el  Amor, Misericordia, Poder, Sabiduría, Belleza. ¿Quién puede destruir eso?  Pero se le desmoronó la fe a los discípulos, a María Magdalena, a todos menos a María Santísima.  Ya no hay nada que hacer. Sólo embalsamarlo, enterrarlo y acordarse de él como un gran hombre.  Y a eso iba y se encontró con la tumba vacía y a dos ángeles,  y luego a un supuesto jardinero y le preguntó que si se había llevado el cadáver, que dónde estaba, que quería embalsamarlo.  Y era Jesús, lo vio pero no se dio cuenta, salvo cuando la llamó por su nombre: ¡María!  Solo había una persona que pronunciaba ese nombre con tanto cariño, respeto, amor, ternura, con profundidad divina, Jesús.  
“Y al oírlo vio”. Al escuchar su nombre se transporto a senderos celestiales, al corazón divino y humano de Cristo y se instaló en las honduras del misterio redentor y con los ojos contempló el cuerpo resucitado del Señor y creyó.  Fue esa la alegría más grande que experimentó María Magdalena, además de su conversión. Esa voz que contiene la Palabra, que transmite el mensaje de amor de Dios, tú también la escuchas, de otra manera, cada vez que lees la Palabra, haces oración personal y comunitaria, vives la Eucaristía, te identificas con el pobre, amas al hermano, te inspira un acontecimiento a hacer el bien y encuentras al buen Dios en tu alma, el Señor con quien gracias a su poderserás invencible.  Amén.