martes, 29 de abril de 2014

 

AL OIRLO LO VIERON

        MIS OJOS


POR MONS : ROMULO

                        EMILIANI
 
A María Magdalena Jesús le expulsó siete demonios, que significa dominio perfecto de Satanás sobre su vida. La tradición popular habla del ejercicio de la prostitución, fina y exclusiva de esta mujer con gente de mucho poder en los diferentes niveles de la vida judía, y probablemente de la romana. Por lo tanto admirada, deseada, repudiada, temida, famosa y despreciada; llena de alhajas y ropa fina, manejaba información que probablemente vendía o usaba para el chantaje, fabricaba intrigas.  Se acostumbró al piropo, las palabras vulgares, vocablos indecentes y adulaciones continuas.  No encontraba palabras sinceras ni expresionesde respeto en los que la rodeaban.
Pero una vez tuvo curiosidad y entre una muchedumbre que escuchaba a Jesús se detuvo a oír qué decía este “maestro de pobres”.  Hubo algo que la sedujo: la voz cálida, sonora, suave y grave, melodiosa y profunda que salía del corazón de un hombre que no buscaba aplausos ni dinero, sino que se le escuchara. Se fijó más detenidamente en ese hombre y lo observó: unas sandalias viejas, un manto y una túnica,  sin  posesiones de bienes ni poder alguno, alto, con una faz que denotaba serenidad y majestuosidad, sencillez y luminosidad. ¿Quién eres tú Jesús?, la pregunta de siempre, de siglos y culturas, se hizo ella. Escuchó la parábola del Hijo Pródigo y le taladró el alma: ¿perdonar al qué derrochó una fortuna sin que pague nada? ¿Devolverle sus derechos y hacerlo de nuevo su heredero? ¿Y él se está refiriendo a Dios en la figura de ese anciano padre? ¿Y acaso soy yo “el hijo pródigo”, pensó María Magdalena?  ¿Habrá algunaoportunidad para mí? ¿Perdonarme todo para siempre y empezar de nuevo?
María Magdalena quedó cautivada y volvió a escucharlo y en una ocasión sintió la mirada misericordiosa, tierna, paternal, pura y limpia del maestro y cayó a sus pies. Jesús la llamó por su nombre y a partir de allí huyeron sus siete demonios.  Toda su impureza y lujuria, afán de riqueza y vanidad, soberbia y egoísmo, espíritu blasfemo y burlón de lo sagrado, todo se fue y para siempre.  Y María quedó serena y sin miedos, sin tristeza y resentimientos, ligera como una hoja que mueve el viento, libre de cadenas y vendió todo y lo dio a los pobres y siguió a Jesús hasta la muerte. María volvió a ser ella misma, con corazón de niña, como la que  corría por los prados persiguiendo una pequeña oveja, o buscando mariposas y cantando en torno a la abuelalos salmos inspirados y las viejas melodías judías, riendo con sus amiguitas, jugando en la plaza del pueblo. Recobró la inocencia perdida, se revistió de virginidad espiritualmente, sí, su alma se hizo pura y la que fue tan mala, se hizo, por pura gracia de Dios, buena y santa. Nació de nuevo, del agua y del espíritu. Ya nunca más fue la misma, no  volvió la mirada atrás.  
Pero le mataron el maestro; los asesinos se confabularon y los poderes religiosos, económicos y políticos decidieron acabar con la verdad. ¡Qué ingenuos e ignorantes!  Matar a la Verdad, si es infinita, si es Dios quien contiene en sí mismo atributos absolutos como el  Amor, Misericordia, Poder, Sabiduría, Belleza. ¿Quién puede destruir eso?  Pero se le desmoronó la fe a los discípulos, a María Magdalena, a todos menos a María Santísima.  Ya no hay nada que hacer. Sólo embalsamarlo, enterrarlo y acordarse de él como un gran hombre.  Y a eso iba y se encontró con la tumba vacía y a dos ángeles,  y luego a un supuesto jardinero y le preguntó que si se había llevado el cadáver, que dónde estaba, que quería embalsamarlo.  Y era Jesús, lo vio pero no se dio cuenta, salvo cuando la llamó por su nombre: ¡María!  Solo había una persona que pronunciaba ese nombre con tanto cariño, respeto, amor, ternura, con profundidad divina, Jesús.  
“Y al oírlo vio”. Al escuchar su nombre se transporto a senderos celestiales, al corazón divino y humano de Cristo y se instaló en las honduras del misterio redentor y con los ojos contempló el cuerpo resucitado del Señor y creyó.  Fue esa la alegría más grande que experimentó María Magdalena, además de su conversión. Esa voz que contiene la Palabra, que transmite el mensaje de amor de Dios, tú también la escuchas, de otra manera, cada vez que lees la Palabra, haces oración personal y comunitaria, vives la Eucaristía, te identificas con el pobre, amas al hermano, te inspira un acontecimiento a hacer el bien y encuentras al buen Dios en tu alma, el Señor con quien gracias a su poderserás invencible.  Amén.

 


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