¡CUÁNTAS
OPORTUNIDADES PERDIDAS!
Por: Mons Rómulo Emiliani
Hay un llanto
sordo en el alma que se activa cuando uno recuerda la cantidad de oportunidades
que se esfumaron por no captar la riqueza de un “presente” que vino de lo
alto. Era el escalón que había que subir para conseguir
aquello que habíamos anhelado. Estábamos distraídos o no valoramos el hecho, el
trampolín que nos hubiera lanzado a una mayor superación en cualquier campo de
la vida. Después exclamamos: “Si yo hubiera sabido; si hubiera aprovechado el
momento; si lo hubiera pensado mejor”.
Esto nos pasa por no estar viviendo “el presente”, por no estar
alertas y no tener conciencia de que la vida aparece luminosa en ocasiones como
el sol cuando viene entre las nubes y luego vuelve a ocultarse. Cuántos momentos plenos perdidos, abrazos que
quedaron en el aire congelados, relaciones rotas, contactos con la divinidad
difuminados, decisiones que no se dieron y nos dejaron inmóviles en el andén
“sin tomar el tren de las oportunidades” y así nos quedamos inmóviles mientras
la historia siguió su marcha. Hay una
historia de vacíos en nuestra vida que no se podrán llenar jamás por no
aprovechar las oportunidades.
Un “no” dicho
a tiempo que nunca se pronunció y nos involucró en acciones que deterioraron
nuestra integridad como personas; el “sí “que jamás se dijo con valentía y que
por obedecer al dantesco miedo al compromiso nos dejó mediocremente camuflados
en el anonimato; la acción que nunca se realizó dejando un proyecto a medio
hacer y por lo tanto no cumplido; el tiempo no aprovechado para terminar una
carrera o santificarnos siendo solidarios; la historia nuestra algunas veces da
vergüenza, por estar fundamentada en el gravísimo pecado de omisión que deja
una fea mancha gris, como un brochazo indefinido que apaga el brillo de los
otros colores y nos hace simplemente seres opacos. De hecho el Señor nos creó para que fuéramos
como estrellas que destellaran luz en el firmamento, y no como simples
meteoritos que pasan sin dejar estela alguna luminosa.
Somos seres
que esconden en un montón de fracasos
humanos la causa que no revelamos: una dejadez rayana en la negligencia, un
descuido supino, un “no me importa”, una
administración personal pésima. Si
fuéramos sinceros diríamos: “no hice el esfuerzo necesario”; “no me importó
realmente el crecer”; “nunca tomé en serio mi desarrollo personal”; “me
descuidé totalmente en el cultivo de mis metas”. Pero como lo más fácil es imputar de culpas
por nuestros fracasos a otros, a la vida
y a cualquier causa que se nos ocurra, salimos libres en un juicio amañado, con
una falsa inocencia que tapa nuestra
grave responsabilidad personal.
Esto no debe
seguir así. Somos responsables de
nuestros actos y de nuestra vida. Cada día se presenta “una micro vida” con
algunas puertas que se pueden abrir mientras se cierran otras, donde cada
hora y minuto cuenta y las
iluminaciones, inspiraciones y acciones adecuadas pueden ser la clave de un
“salto hacia arriba”, de un algo nuevo que puede darle más calidad a la
existencia.
Por lo tanto
valore su vida, sus días, horas y minutos. Vea que Dios da muchísimas
oportunidades de crecimiento y que aunque muchas veces las cosas llegan no como
las queremos, muchas oportunidades vienen envueltas en dificultades y
problemas. Sáquele provecho a cualquier
circunstancia, por mala que aparezca.
Sepa que Dios permite las cosas para bien de quienes él ama. Hay gente que supo aprovechar una enfermedad que
la mandó mucho tiempo a una cama para estudiar y sacar una carrera a distancia. O al perder el empleo
buscaron otra manera más efectiva de ingresar recursos desarrollando
habilidades en un trabajo independiente.
Hoy le quiero
decir que no podemos evitar el sentir dolor por el tiempo perdido y las
oportunidades no aprovechadas, pero ya no vale la pena “llorar por la leche
derramada”, porque no podemos recogerla. Por eso dígase: “A partir de hoy, por
el resto de mi vida, estaré pendiente y consciente de toda oportunidad que se
me presente, para sacarle toda la riqueza inherente a la misma, sea espiritual,
humana, profesional, de salud, de conocimiento, de paz y de amor”. Repítase: “Yo nací para triunfar, para dar lo
mejor de sí, para crecer sin límites mientras tenga vida y así ser alabanza de
la gloria del Señor”. Lógicamente el
triunfo auténtico no consiste en tener dinero,
poder y fama, sino realizarse plenamente en la vida en la ubicación
histórica que le tocó desarrollando todas sus habilidades y carismas que le dio
el Señor. Triunfo es ser dueño de uno mismo
y servir a una causa mayor que uno y es entregarse al Señor totalmente con
quien somos invencibles.
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